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Vidas de perro


``Cuando escribo mis novelas
tiendo a convertirme
en un ser perverso de
ahí que algunos
 de mis personajes
se revelen
y decidan su propio destino´´




Párrafo del libro

VIDAS DE PERRO

Sólo en momentos de absoluto silencio o por la noche, llega hasta la celda
de Ignacio algún grito aislado o el claxon de un automóvil cercano. Ese es el
único vínculo que conserva con el mundo del que tan brutalmente ha sido
arrebatado. Hace días que ha dejado de luchar, de suplicar clemencia, de
lamentarse. La verdad se presenta ahora como algo difuso, antojadizo y hasta
mezquino: una aliada corrupta que no sabe de razones. Alguien manipuló
hábilmente esa verdad para enmudecer la suya condenándole. Luego otros le
rindieron vasallaje por comodidad o por conveniencia, aliándose así ambos
contra él para destrozarle por dentro y por fuera.
Acurrucado y enfermo sobre el mugriento jergón, dedica un postrero
pensamiento a su madre, a quien no ha vuelto a ver, a sus hermanos que tanto le
prometieron. Se siente débil y cansado, ajeno a todo dolor, y entrevé la muerte
cálida y cercana como una caricia redentora. Ignora que lleva ya varios días
abriéndose paso en sus entrañas, originada por las repetidas quemaduras en los
genitales que han degenerado en gangrena.
En alguno de los delirios de dolor causados por las palizas, ha llegado a
confesarse varias veces autor de las muertes que se le imputan, todo muy
ambiguo y contradictorio, sin conseguir con ello que amainen los golpes. Cada
minuto transcurrido se siente más extraño a su propio cuerpo, del mismo modo
que en su mente se desdibuja la realidad y la fantasía, apoderándose en
ocasiones una de otra. No existe la definición exacta porque siempre habrá
quien la convierta en quimera.
Ignacio tiene muy claro lo sucedido la noche anterior. Alguien se acercó con
mucho sigilo al camastro, y apoyándole la pistola en la frente le dijo esto te
va a gustar, maricón, pero como respires te mato. Luego le arrancaron los
jirones de ropa que aún conservaba y abusaron impunemente de su decrépita
dignidad. El intruso usó un cuerpo enfermo y maltrecho para desahogar sus
instintos más depravados. Ahora que lo piensa mejor, debió aprovechar las
últimas fuerzas para gritar y concluir así con tanto sufrimiento.
A una hora incierta de la madrugada algo se ilumina de pronto dentro de su
cabeza con un fulgor premonitorio. Eso tan esperado está ya aquí, ha entrado a
través del ventanuco como una ráfaga de aire fresco y puro, una reconfortante
sensación de recuperar algo perdido, de volver a sentirse libre pese a la terca
voluntad de los hombres. Es tan hermoso que a la fuerza tiene que ser bueno.
Ignacio siente cómo lo invade por dentro, relaja todo su ser y sobre sus labios
llagados nace una sonrisa que perdurará hasta convertirse en polvo.
Uno de los guardias libera la reja de sus candados y con paso cansado se
encamina al camastro.
-Eh, Nacho, despierta -golpea el soporte metálico con las botas-. Lo de
anoche estuvo muy bien, ¿sabes? Creo que volveremos a repetirlo -coge al preso
por el hombro y le gira el cuerpo-. Vamos, gandul, levántate antes...
Sonriente y con los ojos abiertos, el cadáver de Ignacio mira al guardia con
aspecto burlón.
El funcionario sale sin detenerse a cerrar la puerta y corre a comunicárselo
al sargento Ojeda. Éste le ordena que nadie se vaya de la lengua, que el preso
se ha suicidado con..., ya se le ocurrirá algo.







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