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LA MEMORIA PROSCRITA



4 EL OLVIDO

Alguien debió informar a la policía sobre la amistad que unía a Mario con los dos hermanos desaparecidos, porque el martes por la mañana se presenta una pareja en su casa por si pudiera aportar algún dato que conduzca a su localización. Dolores casi sufre un sobresalto al ver aquellos uniformes ante su puerta. En dos palabras la ponen en antecedentes, y ella les invita a pasar con una ligera reverencia, limpiándose las manos en el delantal desteñido y lleno de lamparones. Mientras uno habla con el chico, el otro se entretiene echando un vistazo por la casa entre muecas y gestos de desagrado. Hasta él empieza a reptar el pequeño Lucio, que sale de algún oscuro rincón con un mendrugo de pan en la boca y los pañales llenos de mierda. El policía se aparta con un saltito, antes de que aquel pequeño salvaje pueda llegar a la puntera de sus zapatos embetunados y relucientes. Dolores se apresura a cogerlo en brazos, y el niño le sonríe al policía ofreciéndole su mendrugo de pan lleno de babas. Desde alguna parte invade la cocina una vaharada fétida que obliga al policía a arrugar la nariz. -Disculpen el olor, caballeros -se excusa Dolores algo azorada-. Pero cuando el aire sopla de levante nos inundan los vapores del pozo negro que tenemos aquí al lado. Nosotros ya estamos acostumbrados. El policía se mantiene en su mutismo, aguardando con impaciencia que termine su compañero. -Si recuerdas alguna otra cosa, chico -dice en ese momento-, por insignificante que te parezca, no dudes en comunicárnosla. Toda la información de que dispongamos es poca. -Sí, señor. Los policías salen de la vivienda con un unísono taconeo, las gorras aún caladas y la pistola al cinto. El que aún no ha despegado los labios se planta ante Dolores con mal disimulado aire de indignación. -Tiene su casa echa un asco, señora. Estamos en 1950, no en el siglo pasado. Ahora todos disfrutan de la posibilidad de vivir decentemente. Debería de dar usted mejor ejemplo a sus vecinos -taconazo-. Buenos días. Tras las rendijas de la puerta, Mario y su madre siguen el paso de los dos agentes de la autoridad. Entran en casa de otro amigo de su hijo, Paco el Cachetes, que vive también en una de las casuchas del callejón. En esta ocasión la visita policial se reduce a apenas un minuto y un par de preguntas.

párrafo de ``VIDAS DE PERRO´´

En este libro, encontraras partes muy divertidas otras tristes y dolorosas, ya que está basado en la vida cotidiana de algunas personas de la posguerra española











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